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La verdad detrás del salmón rosado: en realidad es blanco y lo tiñen para vender más

Al ver un filete de salmón en el supermercado, es difícil no sentirse atraído por ese característico tono rosado que parece gritar «saludable y natural». Pero hay una verdad incómoda que pocos conocen: el salmón de granja no es rosado… es blanco.

Así es. Su color es una ilusión cuidadosamente fabricada. La industria acuícola, que abastece más del 70 % del mercado global de salmón, recurre a pigmentos artificiales para pintar esa apariencia apetecible. En realidad, los salmones criados en cautiverio no tienen acceso a la dieta rica en crustáceos y krill que consume su contraparte salvaje —la fuente natural de carotenoides, el compuesto responsable del color coral.

Las granjas añaden estos pigmentos —ya sea de origen natural o sintético— al alimento del pez. Y no es casualidad. Según el criador Don Read, entrevistado por la revista Time, “los consumidores simplemente no comprarían salmón blanco. Pagan por lo que conocen”. Un estudio de DSM confirmó este fenómeno: los filetes con un tono más intenso obtienen mejores precios y ventas.

Pero el color no es la única diferencia. El salmón de granja suele tener más grasa, ya que vive en estanques sin necesidad de nadar ríos arriba como lo hace el salmón salvaje para reproducirse. La falta de ejercicio y el confinamiento también inciden en la textura y el sabor.

La próxima vez que elijas salmón, tal vez querrás mirar más allá del color. Porque lo que parece natural, muchas veces es solo marketing disfrazado de frescura.